Entre la vida y la muerte
Era viernes 25 de julio de
2014. El reloj marcaba las 4:18 p.m. aproximadamente. Me encontraba con mi
profesor de Composición Española y mis compañeros de curso en el Museo
Cementerio San Pedro. Un lugar que me generó decenas de sensaciones enmarcadas por
la nostalgia y los recuerdos.
Iniciando el recorrido decidí
acercarme a algunas lápidas para intentar leer los mensajes que había plasmados
en ellas, cuando de repente, ingresó un carro fúnebre y detrás de él, decenas
de personas que querían darle el último adiós a su ser querido, que ahora
partía a ese lugar misterioso que tiene boleto de ida pero no de regreso. Un
lugar desconocido que espera por cada uno de nosotros, pero al que viajaremos
por turnos.
No pude contener el dolor, mis ojos se cubrieron de lágrimas que deseaban acariciar mis mejillas, pero que intenté contener. Sentí algo extraño en mi cuerpo, me transporté al pasado donde en varias ocasiones he tenido que despedirme de familiares y conocidos. Es duro, muy duro, asimilar que las personas que queremos parten para siempre y que pasarán a ser sólo recuerdos intangibles.
No pude contener el dolor, mis ojos se cubrieron de lágrimas que deseaban acariciar mis mejillas, pero que intenté contener. Sentí algo extraño en mi cuerpo, me transporté al pasado donde en varias ocasiones he tenido que despedirme de familiares y conocidos. Es duro, muy duro, asimilar que las personas que queremos parten para siempre y que pasarán a ser sólo recuerdos intangibles.
Mientras caminaba por el
lugar con todo el grupo, escuché historias de personalidades, expresidentes,
asesinos y demás. Observé ostentosos mausoleos que adquirieron familias
adineradas. Así mismo, diversos monumentos llamativos elaborados en mármol y en
bronce. Entre tanto, mi rostro no dibujó sonrisa alguna. Debo decir que estuve
todo el tiempo muy conmovida, pues, el lugar me generaba mucho dolor y
nostalgia.
De nuevo arribó un cortejo
fúnebre. Una mujer yacía en un féretro, mientras sus familiares, amigos, y
conocidos caminaban por el asfalto acongojados. En mí, surgieron varios
interrogantes: ¿cuántos años tendría?, ¿qué desencadenaría su muerte? en fin,
preguntas que formulé en mi mente y que quedaron sin respuesta.
El lugar está dividido por
galerías, una de ellas lleva por nombre San Miguel, por cierto, una de las más
decoradas. Y es que el Museo Cementerio San Pedro es visitado por muchas
personas que desean conocer un poco las historias que emergen al interior de
éste. Pero también es frecuentado por esos seres humanos que desean tener unos
minutos de regocijo y oración frente a la tumba de ese ser querido, que aún
recuerdan con tanto cariño.
Es un escenario de contrastes, algunas lápidas son visitadas con frecuencia. Se ven flores frescas, otras marchitas. Coloridas decoraciones con cartas hechas a mano y cintas con mensajes en su interior. Pero la otra cara, refleja el abandono. Tumbas que parecen haber sido visitadas por última vez hace algunos años.
Es un escenario de contrastes, algunas lápidas son visitadas con frecuencia. Se ven flores frescas, otras marchitas. Coloridas decoraciones con cartas hechas a mano y cintas con mensajes en su interior. Pero la otra cara, refleja el abandono. Tumbas que parecen haber sido visitadas por última vez hace algunos años.
En los epitafios es común
encontrarse con palabras como: corazón, gracias, amor. En ellos, los grafemas se
unen para describir a ese ser humano que se fue. Cada línea está cargada de afecto.
Qué bueno sería que en vida
dijéramos todo eso que albergamos en nuestro interior. Sería grandioso que en
vida dijéramos: te quiero, te extraño, te agradezco y no en un pedazo de mármol
o cemento, ante el silenciamiento profundo de los sentidos de esa persona que
jamás regresará.
Entre palmeras, cipreses y pinos.
Entre flores naturales y artificiales. En medio de retratos, escudos, e
imágenes religiosas reposan, la muerte, el dolor, el recuerdo y hasta el
olvido.
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