martes, 7 de octubre de 2014



Entre la vida y la muerte


Era viernes 25 de julio de 2014. El reloj marcaba las 4:18 p.m. aproximadamente. Me encontraba con mi profesor de Composición Española y mis compañeros de curso en el Museo Cementerio San Pedro. Un lugar que me generó decenas de sensaciones enmarcadas por la nostalgia y los recuerdos.
Iniciando el recorrido decidí acercarme a algunas lápidas para intentar leer los mensajes que había plasmados en ellas, cuando de repente, ingresó un carro fúnebre y detrás de él, decenas de personas que querían darle el último adiós a su ser querido, que ahora partía a ese lugar misterioso que tiene boleto de ida pero no de regreso. Un lugar desconocido que espera por cada uno de nosotros, pero al que viajaremos por turnos. 

No pude contener el dolor, mis ojos se cubrieron de lágrimas que deseaban acariciar mis mejillas, pero que intenté contener. Sentí algo extraño en mi cuerpo, me transporté al pasado donde en varias ocasiones he tenido que despedirme de familiares y conocidos. Es duro, muy duro, asimilar que las personas que queremos parten para siempre y que pasarán a ser sólo recuerdos intangibles.
Mientras caminaba por el lugar con todo el grupo, escuché historias de personalidades, expresidentes, asesinos y demás. Observé ostentosos mausoleos que adquirieron familias adineradas. Así mismo, diversos monumentos llamativos elaborados en mármol y en bronce. Entre tanto, mi rostro no dibujó sonrisa alguna. Debo decir que estuve todo el tiempo muy conmovida, pues, el lugar me generaba mucho dolor y nostalgia.
De nuevo arribó un cortejo fúnebre. Una mujer yacía en un féretro, mientras sus familiares, amigos, y conocidos caminaban por el asfalto acongojados. En mí, surgieron varios interrogantes: ¿cuántos años tendría?, ¿qué desencadenaría su muerte? en fin, preguntas que formulé en mi mente y que quedaron sin respuesta. 
El lugar está dividido por galerías, una de ellas lleva por nombre San Miguel, por cierto, una de las más decoradas. Y es que el Museo Cementerio San Pedro es visitado por muchas personas que desean conocer un poco las historias que emergen al interior de éste. Pero también es frecuentado por esos seres humanos que desean tener unos minutos de regocijo y oración frente a la tumba de ese ser querido, que aún recuerdan con tanto cariño. 

Es un escenario de contrastes, algunas lápidas son visitadas con frecuencia. Se ven flores frescas, otras marchitas. Coloridas decoraciones con cartas hechas a mano y cintas con mensajes en su interior. Pero la otra cara, refleja el abandono. Tumbas que parecen haber sido visitadas por última vez hace algunos años.
En los epitafios es común encontrarse con palabras como: corazón, gracias, amor. En ellos, los grafemas se unen para describir a ese ser humano que se fue. Cada línea está cargada de afecto.
Qué bueno sería que en vida dijéramos todo eso que albergamos en nuestro interior. Sería grandioso que en vida dijéramos: te quiero, te extraño, te agradezco y no en un pedazo de mármol o cemento, ante el silenciamiento profundo de los sentidos de esa persona que jamás regresará.
Entre palmeras, cipreses y pinos. Entre flores naturales y artificiales. En medio de retratos, escudos, e imágenes religiosas reposan, la muerte, el dolor, el recuerdo y hasta el olvido.

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