jueves, 19 de febrero de 2015

Tan inigualable como sus arepas

En el municipio de Yaco ubicado en el departamento de Cundinamarca, nació un 20 de octubre de 1950, Alba Flor Ruiz Linares. Una persona maravillosa y carismática que ha sabido librar con paciencia y esfuerzo las situaciones difíciles  que la vida le ha presentado.  

Se casó cuando tenía 22 años y nunca imaginó que tiempo después el rumbo de su vida tendría como destino Medellín. Todo ocurrió hace 35 años debido a que la empresa en la que laboraba su esposo en Cundinamarca, lo trasladó dicha ciudad, pero al tiempo lo desvincularon, lo cual hizo que las condiciones económicas cambiaran.  

Con el pasar de los días su esposo trabajó de forma independientesin embargo, los ingresos económicos no fueron los esperados. Y los gastos del hogar no dieron espera, así que, Alba se vio en la necesidad de trabajar para colaborarle. Decidió recibir clases de manualidades en la iglesia de San Javier, ubicada al occidente de Medellín. Allí, aprendió diversas técnicas y se encaminó por el sendero de las artesanías. 

Las ofreció en algunos parques de la ciudad y en unos cuantos municipios del departamento de Antioquia, para obtener así algunos ingresos. En total fueron dos años, en los que trabajó de feria en feria. Luego optó por laborar en algo diferente, y decidió vender obleas en una mesa pequeñaen la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, aunque fue complicado porque no tenía un lugar fijo para venderlas. Al tiempo su esposo falleció de un cáncer de pulmón y quedó sola con sus tres pequeños hijos, Alfonso, Marcela y Cristina. 

Una compañera de Alba que vendía arepas de chócolo estaba muy aburrida trabajando de un lado para otro y decidió montar una microempresa de confecciones en su casa. Ella, le sugirió conseguirse un carro de comidas rápidas y le dijo que empezara a vender arepasno sin antes, darle la receta para hacerlas. Y desde entonces, Alba lleva casi dos décadas haciéndolas y vendiéndolas en la Unidad Deportiva Atanasio Girardot. Pasó de comercializarlas de un lado para otro de forma inestable, a hacerlo de manera permanente en su propio local con agua, luz y gas. 

"Yo le agradezco a Dios porque ha sido como la base más importante que he tenido para poder salir adelante, sentir como ese apoyo de él, le da a uno muchas enseñanzas y lo orienta a uno si uno se deja. ", expresó Alba Flor.  

No pudo contener las lágrimas tras decir dichas palabras, por lo que decidió levantarse de la mesa y tomar una servilleta para limpiarse el rostro. Su voz quiso encubrirse, las palabras le costaron cada vez más, pues viajar al pasado le generó mucha nostalgia, fue recordar un poco el dolor y los momentos difíciles que tuvo que sortear.

Es normal encontrar a Alba los fines de semana con una hermosa sonrisa y un brillo mágico en sus ojos. Siempre tiene una excelente disposición y actitud para recibir a sus clientes, los cuales quedan fascinados con la atención y los productos, pues poco a poco ha ido ensayando otros, entre los que se encuentran pasteles de pollo, patacones y empanadas. Todo lo que vende lo elabora como si ella lo fuera a consumir o alguno de sus hijos, así que, le impregna una gran dosis de amor a todo lo que prepara. 

Sus clientes y compañeros la estiman profundamente. Y es que con su dulce forma de ser enamora por completo. Nunca está de malgenio y cuando siente que lo puede estar, prefiere no ir a trabajar porque sabe que debe encontrarse en las mejores condiciones para laborar.  

"Es una gran persona, muy buena compañera de trabajo. La estimo mucho, nos colaboramos la una a la otra. Cuando una de las dos no viene a trabajar nos extrañamos bastante. La admiro mucho y es bueno contar con personas como ella", comentó Amanda Martínez Berrío, compañera de trabajo. 

Arepas venden en muchas partes, pero las de ella son de puro chócolo, el sabor es único, no tienen ningún tipo de conservantes o colorantes. Ésta es una de las razones por las cuales tiene clientes que llevan consumiéndolas de forma continua, y los que por primera vez las prueban, quedan fascinados. Hay incluso personas que van exclusivamente a comprarle varios paquetes, de hecho, hasta la llaman por teléfono para encargárselas.  

Gracias a la venta de arepas de chócolo Alba logró sacar adelante a su familia. Hoy sus hijos son profesionales y todo por su esfuerzo, paciencia, trabajo y entrega. En la actualidad tiene tres nietos, a los que ama intensamente, Matías, Samuel y Miguel 

"Lo grandioso de la vida es saber que existen personas tan maravillosas, que siempre tienen una voz de aliento para dar, ayudar y apoyar", expresó Franceley Marín Giraldo, amiga. Ella todos los domingos la visita sin falta alguna en su puesto de trabajo y se deleita con una deliciosa arepa de chócolo. Son tan ricas que la gente no se hastía, es más, incluso Alba las consume al igual que sus hijos.  

Su vida no ha sido fácil, pero las ganas de salir adelante le han permitido sortear todos los inconvenientes que se le han presentado en el camino. Lucha siempre por lo que quiere e intenta hacer las cosas de la mejor forma posible. "Lo que sea siempre hacerlo bien hecho", puntualizó Ruiz Linares.

domingo, 1 de febrero de 2015


Viajes imaginarios que ensalzan los sentidos

Aún recuerdo la primera vez que visité una biblioteca, fue en mi barrio, la Floresta, tenía aproximadamente unos siete años de edad y una curiosidad absoluta por saber qué había al interior de decenas de libros cuyas pastas coloridas enmarcaban el inicio de grandes historias, mágicas historias, que me permitieron soñar, imaginar y crear, pues, a través de cada imagen y  letra pude conocer otros escenarios, otros mundos, incluso fantasiosos, que engalanaban mi inocencia y que por momentos me hacían pensar que todo era real.

Era una tarde calurosa cuando ingresé por primera vez a dicho recinto atiborrado de libros. De inmediato, dibujé varias sonrisas en mi rostro y me alegré de saber que para estar allí sólo necesitaba tener ganas y deseos de explorar cada libro ubicado cuidadosamente en las estanterías.

El año testigo de esta vivencia fue 1998, por cierto, está intacto en mis recuerdos. Aún puedo navegar por cada rincón de dicho escenario y reproducir en mi mente majestuosos momentos, como por ejemplo, las tantas veces que me senté en las coloridas sillas de la sala infantil que tenían forma como de lápices y estaban adornadas con el tricolor de nuestra bandera: amarillo, azul y rojo, los cuales inundaban de alegría el lugar. Recuerdo que pasé decenas de tardes leyendo grandes historias, entre ellas, la de “Los Tres Cerditos”.

Con el paso de los días mis visitas a dicho lugar fueron incrementando, y gracias a mi hermana mayor pude sacar el carnet que me acreditaba como usuaria, y con el cual podía solicitar préstamos. A pesar del tiempo transcurrido aún conservo ese carnet amarillo, a sabiendas de que ya es obsoleto. Presentando dicho documento podía prestar tres libros normalmente, y en temporada vacacional esta cifra se duplicaba, así que, iba y aprovechaba esta gran oportunidad para seleccionar seis libros de mi interés, y así, llevarlos a casa para posteriormente leerlos con tranquilidad.

En ese entonces aún no estaba el auge de la tecnología, o por lo menos a mis manos no había llegado, de modo que, la biblioteca se había convertido en ese lugar que frecuentaba constantemente, no sólo para divertirme, sino también para estudiar, pues, allí encontré muchas de las respuestas a decenas de interrogantes que mis profesores de tarea me planteaban. Muchos libros se convirtieron en mis “compañeros” y en la solución a dichas preguntas.

Tiempo después tuve mi primer computador, y las consultas que realizaba en la biblioteca las empecé a hacer a través de la web. Ingresé luego al colegio y allí encontré una buena biblioteca a la que acudía constantemente e incluso hice mi proceso de alfabetización en dicho lugar. Me alejé de la biblioteca la Floresta, sin embargo, me topé con otras como la de Comfenalco y San Javier, lugares que he visitado a menudo hasta la fecha. 

La biblioteca del barrio fue remodelada por completo y abrió nuevamente sus puertas al público en el mes de agosto de 2011, pero fue solo en el año 2013 cuando me volví a topar con ella, después de más de diez años. Fue una experiencia hermosa porque a pesar de que la infraestructura cambió por completo todavía se respira el mismo aire de antes, ese aire bañado de saber, de tranquilidad.

Curiosamente ingresé y me senté a leer, y no precisamente novelas, entré a la sala infantil para recrear muchas escenas del pasado. Tomé varios cuentos ilustrados y los empecé a leer nuevamente con una sonrisa en el rostro que ha cambiado con el paso de los años pero que sigue significando lo mismo, alegría.

Duré varias horas sentada en las pequeñas sillas de colores en las que mi cuerpo reposó tantas veces, pero esta vez de manera diferente porque éste ya no encaja muy bien en ellas, sin embargo, todavía está intacto ese amor por los libros, ese amor por las historias que se encuentran en cada uno de ellos, esa pasión por la letras que estremece mi alma. 

Los libros siguen siendo mi fiel compañía. Mis amigos infalibles, los que siempre han estado ahí, esperando mi llamado, deseando mi presencia, añorando que los abra y les permita cobrar vida con cada página.

A veces me indago qué sería de mi vida si mi familia y mis maestros no me hubiesen encaminado por tan solemne sendero: la lectura. Sería una vida muy diferente, tal vez, vacía, porque los libros nos alimentan, nos forman, nos transforman, nos educan, nos ensalzan. Sencillamente pensar por unos segundos mi existencia sin ellos sería un hecho bastante lamentable. Es que desde muy niña estos me han estado acompañando, y espero lo sigan haciendo, por lo tanto, deseo ir de la mano de ellos hasta el final de mi existencia, hasta mi último suspiro.

Leer es el camino para escribir o al menos te da unas bases sumamente sólidas para hacerlo. Leer es abrir nuestra mirada a un mundo lleno de posibilidades, y probablemente, gracias a dicho verbo conjugado decenas de veces es que surge en mí el respeto y el amor por la escritura.

Sé que no soy Gabriel García Márquez ni familiar de Rafael Pombo, sé que sólo soy una persona del común que encontró en las letras una forma de expresar ideas, pensamientos y sentimientos, motivada a raíz de la lectura, puesto que, cada libro, cada texto, cada periódico que ha pasado por mis manos me ha enseñado algo, desde datos históricos, hasta palabras extrañas o desconocidas, pero que con el frecuente uso he ido implementando paulatinamente en mi léxico, aquel que está ávido de más términos y significados.

La forma en la me expreso ha sido bastante influenciada por los libros y la prensa, pues, digamos que a medida que uno va leyendo va aprendiendo cada vez más, y con mayor razón cuando lo que leemos es de nuestro interés.  Es sentir esa sed de aprendizaje, de estar por ejemplo actualizada de lo que ocurre en mi ciudad, en mi país, leer para informarme, leer para entender el mundo con todas sus aristas, leer para entretenerme, para incrementar mi saber.

Y es que los libros tienen un poder indescriptible, ellos pueden hacer que cambies tu forma de pensar, de ser, de actuar. Incluso, a veces surgen muchas dudas, y queremos encontrar las respuestas en otros ejemplares, definitivamente no podemos pretender ser los mismos antes y después de leer un libro, nunca seremos los mismos, ya que, siempre sucede algo que nos puede hacer incluso cambiar radicalmente o quizás optar por determinado estilo, por ejemplo, cambiar de religión, las inclinaciones políticas, todo depende de lo que leamos y de la manera en la que veamos y asimilemos lo que estamos leyendo.

Debo decir que he llegado a lugares recónditos sin necesidad de poner un pie en ellos, todo a través de la creatividad y de la imaginación, aquellos boletos que abren miles de puertas y te permiten transportarte de una época a otra tan sólo con abrir un libro y explorarlo, un viaje infinito que emprendí hace muchos años y del que no he regresado. Un viaje que espero muchos emprendan para que sean conocedores de un placer inefable, de un conjunto de experiencias inolvidables al volante de un libro.




Una mujer encantadora que cautiva con su esencia


Hace algún tiempo tuve la fortuna de conocer a una mujer maravillosa que me cautivó con su sencillez. Se trata de doña Teresa Sánchez, la protagonista de la crónica “La vida es dura pero hay que saber librar con ella”. Una historia que me fascinó y que seguirá cobrando vida a través de las letras que la narran.

Aún recuerdo la alegría que le dio cuando le regalé dicho texto, y la tristeza que develó su rostro meses después cuando perdió algunos objetos personales entre los que se encontraba su apreciado escrito. Jamás imaginé que lloraría por haberlo perdido, de verdad, que fue una sorpresa dicho gesto, pues también había extraviado un radio y otros elementos importantes a manos de alguien indelicado.

Al enterarme de lo sucedido, de inmediato le prometí entregarle una copia. A los días en su poder yacía ésta. Me enorgullece mucho el hecho de que valore lo que escribo, porque pocas personas notan que a veces se plasman las ideas y los pensamientos pero con el alma y el corazón. Que alguien valore lo que escribes es una gran recompensa que te motiva a seguir empuñando el esfero para plasmar vivencias del otro, experiencias, opiniones y por qué no, llevar un mensaje que logre conmover e incluso estremecer.

Tere, como últimamente le digo (pues siempre le dije doña Tere, pero no le agradaba mucho), es una persona sumamente especial. Ella es sencilla, sensible, amable y ante todo noble. Tiene un gran corazón y eso claramente lo revelan sus actos. Y sí, todo tengo que decirlo, se ganó mi cariño desde el primer momento, porque encontrar personas con esa gran calidad humana es sumamente complejo.

Saber que soy importante para ella, me llena el alma. Escuchar su voz cada 1 de noviembre, me hace muy feliz, porque es difícil recordar fechas y ella  tiene muy clara la de mi cumpleaños y bueno, esto se volvió un gesto recíproco, porque en mi mente danza un 13 de septiembre con mucho jolgorio, pues, un día como éste hace más de seis décadas nació, para contagiar al mundo con su esencia y adornarlo con su presencia. Me encanta saber que en su corazón y mente hay un espacio para mí.

Recibir varias llamadas telefónicas en el año es muy satisfactorio. Es gratificante entender que no existe un vínculo consanguíneo, pero sí una fuerza y un cariño inmenso que no se dosifica jamás. Con el tiempo se ha solidificado la amistad, y he logrado corroborar la pureza de la misma.