viernes, 18 de marzo de 2016


Desde las calles de mi barrio

Los años pasan y con ellos los recuerdos crecen. Al caminar por las calles de mi barrio recreo en mi mente decenas de momentos. Cuán rápido pasa el tiempo y cómo cambian las cosas a medida que este transcurre. Sigo viviendo en el mismo lugar que me vio crecer y he presenciado a lo largo de mi vida los cambios físicos que ha tenido. La iglesia y la biblioteca fueron remodeladas, el parque ha sido intervenido en varias ocasiones y la cancha de fútbol que era de arena, ahora, es sintética.

En esencia, siguen siendo los mismos espacios, solo que con otra apariencia. Algunas casas antiguas de hermosos diseños y grandes dimensiones, ya hacen parte del pasado de quienes en algún momento las divisaron o las habitaron, pues sus dueños se dejaron deslumbrar por llamativas ofertas económicas y optaron por venderlas. Estas se convirtieron en atractivos edificios que modificaron las características arquitectónicas del sector, y de paso, la capacidad habitacional.

Recuerdo cuando era niña y montaba en mi triciclo rojo, justo al frente de mi casa. También los momentos que compartí con mis amigos en medio de juegos, entre ellos, escondidijo. Confieso que corría como si fuera una atleta para ponerme a salvo en el juego y pronunciaba las mágicas palabras para salir bien librada de este: “un, dos, tres por mí”. Dicha frase la pronuncié y la escuché tantas veces que incluso siento que resuena en mis oídos.

A mi mente llegan muchas imágenes de aquella época. Recuerdo perfectamente los nombres y apellidos de aquellos infantes con los que patiné, monté en bicicleta y jugué tantas veces. Hace más de una década se cambiaron de casa y les perdí el rastro por completo. Sin embargo, cuando miro hacia la cuadra en la que compartimos tantos momentos no puedo evitar recordarlos y devolverme por unos instantes al ayer. Fue una niñez mágica en donde también hubo espacio para la familia, el estudio, los libros y el teatro.

También recuerdo las personas que se marcharon para siempre. Aquellas que emprendieron ese viaje sin regreso que a todos nos espera: la muerte.  Don Juan, el señor que vendía obleas al frente de mi casa, y doña Consuelo, la señora carismática de ojos claros que vivía en la esquina, son solo algunos de los seres con los que en algún momento compartí miradas, palabras y sonrisas.

Y es que en la vida muchas cosas son pasajeras, pero lo que permanece intacto son los recuerdos que nos permiten recrear tantas escenas e imágenes que nuestros ojos tal vez no volverán a apreciar, pero que quedarán para siempre latentes en nuestro ser.

Siento un inmenso cariño por mi barrio. Me agrada caminar por cada uno de sus senderos y ver los hermosos jardines que parecieran hacerle honor a su nombre: La Floresta. El lugar que habito, el espacio al que pertenezco. El testigo de tantas historias que danzan en mi memoria y alimento en mi corazón.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario