Desde las calles de mi barrio
Los años pasan y con ellos
los recuerdos crecen. Al caminar por las calles de mi barrio recreo en mi mente
decenas de momentos. Cuán rápido pasa el tiempo y cómo cambian las cosas a
medida que este transcurre. Sigo viviendo en el mismo lugar que me vio crecer y
he presenciado a lo largo de mi vida los cambios físicos que ha tenido. La
iglesia y la biblioteca fueron remodeladas, el parque ha sido intervenido en
varias ocasiones y la cancha de fútbol que era de arena, ahora, es sintética.
En esencia, siguen siendo
los mismos espacios, solo que con otra apariencia. Algunas casas antiguas de
hermosos diseños y grandes dimensiones, ya hacen parte del pasado de quienes en
algún momento las divisaron o las habitaron, pues sus dueños se dejaron
deslumbrar por llamativas ofertas económicas y optaron por venderlas. Estas se
convirtieron en atractivos edificios que modificaron las características
arquitectónicas del sector, y de paso, la capacidad habitacional.
Recuerdo cuando era niña y
montaba en mi triciclo rojo, justo al frente de mi casa. También los momentos
que compartí con mis amigos en medio de juegos, entre ellos, escondidijo.
Confieso que corría como si fuera una atleta para ponerme a salvo en el juego y
pronunciaba las mágicas palabras para salir bien librada de este: “un, dos,
tres por mí”. Dicha frase la pronuncié y la escuché tantas veces que incluso
siento que resuena en mis oídos.
A mi mente llegan muchas
imágenes de aquella época. Recuerdo perfectamente los nombres y apellidos de
aquellos infantes con los que patiné, monté en bicicleta y jugué tantas veces. Hace más de una década
se cambiaron de casa y les perdí el rastro por completo. Sin embargo, cuando miro
hacia la cuadra en la que compartimos tantos momentos no puedo evitar
recordarlos y devolverme por unos instantes al ayer. Fue una niñez mágica en
donde también hubo espacio para la familia, el estudio, los libros y el teatro.
También recuerdo las
personas que se marcharon para siempre. Aquellas que emprendieron ese viaje sin
regreso que a todos nos espera: la muerte.
Don Juan, el señor que vendía obleas al frente de mi casa, y doña
Consuelo, la señora carismática de ojos claros que vivía en la esquina, son
solo algunos de los seres con los que en algún momento compartí miradas,
palabras y sonrisas.
Y es que en la vida muchas
cosas son pasajeras, pero lo que permanece intacto son los recuerdos que nos
permiten recrear tantas escenas e imágenes que nuestros ojos tal vez no
volverán a apreciar, pero que quedarán para siempre latentes en nuestro ser.
Siento un inmenso cariño por
mi barrio. Me agrada caminar por cada uno de sus senderos y ver los hermosos
jardines que parecieran hacerle honor a su nombre: La Floresta. El lugar que
habito, el espacio al que pertenezco. El testigo de tantas historias que danzan
en mi memoria y alimento en mi corazón.
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