domingo, 1 de febrero de 2015


Viajes imaginarios que ensalzan los sentidos

Aún recuerdo la primera vez que visité una biblioteca, fue en mi barrio, la Floresta, tenía aproximadamente unos siete años de edad y una curiosidad absoluta por saber qué había al interior de decenas de libros cuyas pastas coloridas enmarcaban el inicio de grandes historias, mágicas historias, que me permitieron soñar, imaginar y crear, pues, a través de cada imagen y  letra pude conocer otros escenarios, otros mundos, incluso fantasiosos, que engalanaban mi inocencia y que por momentos me hacían pensar que todo era real.

Era una tarde calurosa cuando ingresé por primera vez a dicho recinto atiborrado de libros. De inmediato, dibujé varias sonrisas en mi rostro y me alegré de saber que para estar allí sólo necesitaba tener ganas y deseos de explorar cada libro ubicado cuidadosamente en las estanterías.

El año testigo de esta vivencia fue 1998, por cierto, está intacto en mis recuerdos. Aún puedo navegar por cada rincón de dicho escenario y reproducir en mi mente majestuosos momentos, como por ejemplo, las tantas veces que me senté en las coloridas sillas de la sala infantil que tenían forma como de lápices y estaban adornadas con el tricolor de nuestra bandera: amarillo, azul y rojo, los cuales inundaban de alegría el lugar. Recuerdo que pasé decenas de tardes leyendo grandes historias, entre ellas, la de “Los Tres Cerditos”.

Con el paso de los días mis visitas a dicho lugar fueron incrementando, y gracias a mi hermana mayor pude sacar el carnet que me acreditaba como usuaria, y con el cual podía solicitar préstamos. A pesar del tiempo transcurrido aún conservo ese carnet amarillo, a sabiendas de que ya es obsoleto. Presentando dicho documento podía prestar tres libros normalmente, y en temporada vacacional esta cifra se duplicaba, así que, iba y aprovechaba esta gran oportunidad para seleccionar seis libros de mi interés, y así, llevarlos a casa para posteriormente leerlos con tranquilidad.

En ese entonces aún no estaba el auge de la tecnología, o por lo menos a mis manos no había llegado, de modo que, la biblioteca se había convertido en ese lugar que frecuentaba constantemente, no sólo para divertirme, sino también para estudiar, pues, allí encontré muchas de las respuestas a decenas de interrogantes que mis profesores de tarea me planteaban. Muchos libros se convirtieron en mis “compañeros” y en la solución a dichas preguntas.

Tiempo después tuve mi primer computador, y las consultas que realizaba en la biblioteca las empecé a hacer a través de la web. Ingresé luego al colegio y allí encontré una buena biblioteca a la que acudía constantemente e incluso hice mi proceso de alfabetización en dicho lugar. Me alejé de la biblioteca la Floresta, sin embargo, me topé con otras como la de Comfenalco y San Javier, lugares que he visitado a menudo hasta la fecha. 

La biblioteca del barrio fue remodelada por completo y abrió nuevamente sus puertas al público en el mes de agosto de 2011, pero fue solo en el año 2013 cuando me volví a topar con ella, después de más de diez años. Fue una experiencia hermosa porque a pesar de que la infraestructura cambió por completo todavía se respira el mismo aire de antes, ese aire bañado de saber, de tranquilidad.

Curiosamente ingresé y me senté a leer, y no precisamente novelas, entré a la sala infantil para recrear muchas escenas del pasado. Tomé varios cuentos ilustrados y los empecé a leer nuevamente con una sonrisa en el rostro que ha cambiado con el paso de los años pero que sigue significando lo mismo, alegría.

Duré varias horas sentada en las pequeñas sillas de colores en las que mi cuerpo reposó tantas veces, pero esta vez de manera diferente porque éste ya no encaja muy bien en ellas, sin embargo, todavía está intacto ese amor por los libros, ese amor por las historias que se encuentran en cada uno de ellos, esa pasión por la letras que estremece mi alma. 

Los libros siguen siendo mi fiel compañía. Mis amigos infalibles, los que siempre han estado ahí, esperando mi llamado, deseando mi presencia, añorando que los abra y les permita cobrar vida con cada página.

A veces me indago qué sería de mi vida si mi familia y mis maestros no me hubiesen encaminado por tan solemne sendero: la lectura. Sería una vida muy diferente, tal vez, vacía, porque los libros nos alimentan, nos forman, nos transforman, nos educan, nos ensalzan. Sencillamente pensar por unos segundos mi existencia sin ellos sería un hecho bastante lamentable. Es que desde muy niña estos me han estado acompañando, y espero lo sigan haciendo, por lo tanto, deseo ir de la mano de ellos hasta el final de mi existencia, hasta mi último suspiro.

Leer es el camino para escribir o al menos te da unas bases sumamente sólidas para hacerlo. Leer es abrir nuestra mirada a un mundo lleno de posibilidades, y probablemente, gracias a dicho verbo conjugado decenas de veces es que surge en mí el respeto y el amor por la escritura.

Sé que no soy Gabriel García Márquez ni familiar de Rafael Pombo, sé que sólo soy una persona del común que encontró en las letras una forma de expresar ideas, pensamientos y sentimientos, motivada a raíz de la lectura, puesto que, cada libro, cada texto, cada periódico que ha pasado por mis manos me ha enseñado algo, desde datos históricos, hasta palabras extrañas o desconocidas, pero que con el frecuente uso he ido implementando paulatinamente en mi léxico, aquel que está ávido de más términos y significados.

La forma en la me expreso ha sido bastante influenciada por los libros y la prensa, pues, digamos que a medida que uno va leyendo va aprendiendo cada vez más, y con mayor razón cuando lo que leemos es de nuestro interés.  Es sentir esa sed de aprendizaje, de estar por ejemplo actualizada de lo que ocurre en mi ciudad, en mi país, leer para informarme, leer para entender el mundo con todas sus aristas, leer para entretenerme, para incrementar mi saber.

Y es que los libros tienen un poder indescriptible, ellos pueden hacer que cambies tu forma de pensar, de ser, de actuar. Incluso, a veces surgen muchas dudas, y queremos encontrar las respuestas en otros ejemplares, definitivamente no podemos pretender ser los mismos antes y después de leer un libro, nunca seremos los mismos, ya que, siempre sucede algo que nos puede hacer incluso cambiar radicalmente o quizás optar por determinado estilo, por ejemplo, cambiar de religión, las inclinaciones políticas, todo depende de lo que leamos y de la manera en la que veamos y asimilemos lo que estamos leyendo.

Debo decir que he llegado a lugares recónditos sin necesidad de poner un pie en ellos, todo a través de la creatividad y de la imaginación, aquellos boletos que abren miles de puertas y te permiten transportarte de una época a otra tan sólo con abrir un libro y explorarlo, un viaje infinito que emprendí hace muchos años y del que no he regresado. Un viaje que espero muchos emprendan para que sean conocedores de un placer inefable, de un conjunto de experiencias inolvidables al volante de un libro.



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