Don Gabriel y su chaza custodiada
El comercio es uno de los protagonistas del Centro de Medellín. En este lugar de la ciudad
pululan una gran cantidad de vendedores formales e informales, uno de ellos es don
Gabriel Pareja.
Recuerda
con orgullo, pero también con un poco de desilusión, la época en la que laboró
haciendo algunas de las vigas del Metro desde 1993 hasta la inauguración del
mismo en 1995. Fueron dos años de trabajo, pero según él, solo le cotizaron 60
días dentro del sistema pensional.
“Hay
muchas semanas perdidas. Me dijeron que tenía derecho a demandar, sin embargo,
ya fue muy tarde. Varios abogados me comentaron que sí se podía, pero hasta
tres años después”, manifiesta.
Don
Gabriel tuvo que dejar las cosas así, pues cuando quiso hacer algo al respecto
ya no había nada por hacer y, al parecer, esa no fue la única vez que lo
engañaron, pues según sus cuentas, debería tener un total de 1.118 semanas
cotizadas, pero le aparecen registradas 673, es decir, 445 menos.
Se
quedó sin empleo el 17 de marzo de 2017. A partir de ese momento comenzó a
enviar hojas de vida, pero no ha podido conseguir trabajo. Ante la situación, algunos
de sus hermanos (tiene 16 en total) le dijeron que se pusiera a vender dulces en
el Centro. Lo motivaron tanto que incluso le compraron una chaza de madera, que
por cierto, le pesa mucho, pues se la cuelga en el cuello y camina con ella por
diferentes lugares de dicho sector.
Atrás
quedaron sus labores de albañil, plomero y enchapador de pisos, ahora vende
tintos, chiclets, confites y cigarrillos. “La primera vez que la surtí me fui
para una cigarrería, se me fueron como 460.000 mil pesos”, señala.
Vive
desde hace ocho meses en el barrio El Salado, ubicado en la Comuna 13. Cada mes
paga 180.000 pesos por una pieza. De allí sale a trabajar de lunes a sábado a
las 4:00 a.m. “Llego temprano acá a Parque Berrío y me quedo un rato, hasta las
7:15 que abren el Éxito de San Antonio. Ahí afuera estoy hasta las 11:30,
después me voy para el andén del Camino Real; luego para Bolívar, el Parque
Botero y vuelvo al Parque Berrío”, afirma. Los domingos los tiene destinados
para lavar su ropa, cocinar, arreglar la pieza y ver televisión.
Lo
mínimo que vende en un día son 6.000 pesos, aunque la cifra ha llegado incluso
a triplicarse, solo que ha sido pocas veces. Trabaja hasta las cinco de la
tarde y tras finalizar su jornada laboral, coge un bus y se dirige a su casa
para descansar, pero primero organiza su chaza en la cual carga su mercancía,
dos revistas, un periódico y una imagen de María Auxiliadora que se encontró
hace poco en la calle y que ahora custodia sus pasos. En un costado de esta,
cuelga una bolsa negra para echar la basura y en una de sus manos carga un
termo con tinto.
Don
Gabriel siente dolor en los hombros y en la espalda, fruto del peso que carga durante
seis días a la semana, para aminorarlo utiliza agua con sal y una pomada
caliente.
Él sabe
que lo suyo es la construcción, por ahora, debe ganarse el sustento como
vendedor ambulante. “Le pido a Dios que cuando me pensione me pueda quedar en
la casa”, concluye.
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